miércoles, 4 de enero de 2017

Crisis de 1609

En el año 1609, España entro en una gran crisis que se extendió en tiempo durante décadas. En ese momento la corona del Imperio español recaía sobre Felipe III, pero varias de las causas vienen dadas desde tiempos de su padre Felipe II o incluso de Carlos I un siglo antes.

Los dos pilares de la crisis fueron: las grandes perdidas humanas y una economía muy mermada.

Durante todo el siglo XVI España tuvo que hacer frente a grandes conflictos internacionales para proteger sus posesiones por el resto de Europa, se puede destacar en este aspecto a Flandes y las posesiones en la península Itálica. Estos conflictos hicieron que la Corona tuviera que invertir en la defensa un número muy elevado de soldados así como un desembolso de dinero importante, incurriendo en perdidas demográficas y económicas.

Por otra parte estaban las colonias de América. Con su descubrimiento, muchas personas, en concreto aquellas con ambición y sin grandes oportunidades en la península decidieron emprender una nueva aventura en el nuevo continente, produciéndose una emigración masiva de población. Aunque la reducción en la mano de obra se compensó con la llegada desde las minas americanas con plata, lo que provocó una mejora en la Hacienda nacional. Pero esto no condujo a una mejora de la economía nacional, ya que la mayor parte de ese dinero se destina a los conflictos bélicos y no repercutía en la sociedad. Además, la poca plata que lograba llegar a los estamentos más bajos no se usaba para aumentar en rendimiento, sino para satisfacer los deseos más inmediatos.

Europa desde principios del siglo XVI se veía recorrida por unas nuevas ideas, congregadas todas en el protestantismo, una nueva corriente cristiana que se separaba de la tradición católica. Este nuevo pensamiento causó muchos problemas a la Corona española, ya que las posesiones de España en Centroeuropa se alineaban con ellas, traicionando la tradición católica del resto del Imperio. Carlos I ante tal situación tuvo que dividir las posesiones, dejando lo que era el Imperio germánico a su hermano Fernando, mientras que el resto de posesiones pasaban a su hijo Felipe. Esta medida no fue vista con buenos ojos por muchos. 

Felipe II se encontró un Imperio en ruinas. Tuvo que declarar tres veces al Estado en bancarrota. Fueron tiempos de guerra que mermaron aún más la economía nacional, a la cual ya no le valía con la plata americana, teniendo que pedir créditos. Las derrotas con las potencias protestantes tuvieron un doble sabor amargo. Y a todo esto había que añadir los continuos saqueos de la piratería berberisca (piratas musulmanes apoyados por el Imperio otomano) en la costa mediterránea, de dichos saqueos muchos culpaban a los moriscos, muy numerosos en la corona de Aragón.

Fue a principios del Siglo XVII, ya con Felipe III en el trono cuando se complicaron aún más las cosas. La plata que llegaba desde las colonias americanas se redujo considerablemente ante el agotamiento delas minas. Lo cual hizo que la economía nacional se encontrara en una crisis total. Las consecuencias de dicha crisis empezaron a notarla los campesinos, los cuales se resintieron aun más con los moriscos, debido al anterior resentimiento al creer que apoyaban la piratería. Pero no solo eso, la sociedad se alineó en contra de esta minoría por los rumores que corrían sobre lo blando que era el rey con los protestantes y los de otras religiones. 

Por lo que Felipe III en 1608 decidió la expulsión. Su valido, el Duque de Lerma, estuvo primero en contra de esta medida, pero cambió de opinión por intereses puramente económicos. Por lo que en 1609 se procedió a su expulsión del país. Las consecuencias de esta medida terminaron por sentenciar al Imperio. Demográficamente, la perdida de unas 300.000 personas, mayoritariamente en la costa valenciana, provocó que muchas tierras quedaran sin dueños así como una falta de mano de obra inmensa. Económicamente, esa falta de mano de obra hizo la producción fuera muy inferior que en el pasado, además, como la totalidad de los moriscos eran campesinos, la recaudación fiscal también disminuyó aun más, resentida tras la gran peste 1598-1602, donde murieron cerca de medio millón de personas.

La mayoría de los moriscos acabaron en tierras del norte de África o en el Imperio otomano, aunque hubo una parte que se unió a la piratería, causando aún más daños que antaño.

Dichos acontecimientos sumieron a la Península en una crisis de la que no se recupero fácilmente.

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